EL DUENDE MINERO ( del mineral del chico hidalgo )

El Duende Minero, En el Mineral del Chico Hidalgo

Comenzaré a contar una historia basada en un hecho real, son recuerdos de un niño de apenas 7 primaveras, ya han pasado más de 43 años de ese hecho insólito, mi encuentro con un ser extraordinario ¡EL DUENDE MINERO!

Les contaré mi anécdota, porque hace unos días fui de visita a mi pueblo natal el Mineral del Chico, Hidalgo. Y me contaron que hay una persona llamada Sergio Gómez, es guía de turistas y en la noche hace recorridos por el pueblo, contando historias y leyendas. Es por ello, que esta historia no puede dejar de contarse, pues la viví en carne propia, y el relatarla hará que ustedes también la vivan.

Es cierto que apenas era un niño de 7 años, y tal vez puedan llegar a pensar que sólo invente esta historia, pero en realidad hay quienes que al igual que yo, testificaron la aparición de este ser. Recuerdo que era una tarde de esas que oscurecen temprano, mis abuelitos el señor Ángel Plata y la señora Juana Mendoza, se dedicaban por esos días a comprar y vender flores. Ese día fuimos mis abuelitos y yo a una ranchería que se llama Tierra Colorada, con una señora que nos vendía flores, ella nos atendió, nos vendió casi toda su flor, como el agapando azul y blanco, e incluso flor de alcatraz. El burro venia completamente lleno de ambos lados del lomo.

Ya entrada la noche cuando el sol se apaga, pero aun con un suspiro, se alcanza a ver un vestigio de luz, de entre la maleza en un punto llamado los tanques, cerca de la mina la Tarjea, escuchamos de entre la hojarasca del bosque unas pisaditas. De pronto aparece un hombre del tamaño de un niño, no más alto que yo en ese tiempo, parecía un joven, pero con cara de un adulto, ¡por un instante pensé que era un enano!

Ustedes pensaran que el duende minero tenía orejas puntiagudas y ojos de fuego, como es que cuentan tantas otras historias y leyendas, ¡pero no es así! El vestía con pantalón de mezclilla, unas botas vaqueras muy bien lustradas, las recuerdo como si fuera ayer, de hecho, fue lo que más me llamo la atención, pues yo tenía zapatos de hule. También recuerdo su tejana negra y chamarrita de cuero, pero atada al cincho llevaba una lampara de carburo pequeña, por lo cual, determinamos que era un minero.
 Se acerca de frente a nosotros y con voz casi de ultratumba, nos preguntó que para dónde nos dirigíamos, mi abuelo se paró con el burro y me dijo que me esperara, realmente no sentí miedo, porque era un niño inocente, y sólo me pare a un lado de mi abuela. El duende minero, me miró fijamente como queriendo decir algo, pero mi abuelo que los tenía bien puestos y traía unos tragos de más, le contesto con voz fuerte: - nosotros nos dirigíamos al pueblo del Mineral del Chico- a lo cual él duende contesto: - ¡ Ohh! fíjate que casualidad, en la mañana tenía que hacer un mandadillo, dijo como burlándose y riendo de nosotros, pero si tú lo haces por mí, te daré para que te compres un litro de pulque, mi abuelo  le respondió, que si estaba en sus manos él lo haría. El duende le contesto que en ese caso tendría que poner mucha atención: quiero que le lleves al sacerdote de la iglesia este morral, pero esta prohíbo abrirlo o ver su contenido, a cambio de ese favor te daré esta moneda. Le dio el morral y a la vez saco de su bolsillo una moneda que brillaba como una estrella, ¡jamás había visto algo parecido!, mi abuelo tomo ambas cosas, la moneda la guardo y el morral lo echo encima del burro. Antes de despedirse, le volvió a repetir que no se tardara, ya que antes de la media noche tenía que entregar el mandado, por último, nos dijo que teníamos que apresurarnos y por ningún motivo mirar atrás.

El burro iba lleno de flores y la noche era obscura, así que sólo vimos como lo rodeo y justo de atrás de él, se desvaneció. En ese momento, al ver que desapareció, creó que hasta a mí abuelo se le bajo la borrachera, sólo nos dijo :¡vámonos rápido!, y le dio una palmada a su burro, y nos alejamos de ese lugar a toda prisa.

Cuando llegamos al pueblo, nos dirigimos a la iglesia, pero ya estaba cerrada, el padre se había ido a confesar a un enfermo. Por lo tanto, nos fuimos a la casa, al llegar descargamos las flores, pero la tentación de abrir el morral era mucha. Mí abuelo le pregunto a mi abuela, ¿cómo ves abrimos el morral?, para ver que es lo que le mando ese hombre al cura, mi abuela le contesto: -  no se viejo ya vez que nos dijo bien claro que no lo viéramos, y que se lo entregáramos al padre-. Pero mi abuelo como era bien necio dijo que sólo sería una miradita y que total, que tanto es tantito.  Abrió el morral, y para su sorpresa estaba lleno de monedas de oro, creó que eran centenarios, pero no me dejaron ver, y me mandaron a dormir. Yo seguía escuchando lo que decían mis abuelos, haciendo planes, porque al fin eran ricos, talvez millonarios.

Esa noche no pude dormir, pensando en todo lo que mis abuelos me comprarían, pues ya éramos ricos. En la madrugada me venció el sueño, al día siguiente me desperté, con una gran curiosidad, pero mis abuelos ya no estaban, se habían ido al pueblo.
Esto ya no lo vi, pero mi padrino Jorge, dueño de una cantina, cuenta que mi abuelo quiso cambiar una moneda rara por una copa de vino, pero no le creyó que era de oro, pues mi abuelo era un borrachito, pero después se fue con don Eladio, dueño del único hotel en ese tiempo, y él se la compro. Ese día se emborracho tanto, que perdió el conocimiento, y gritaba que era rico, seguramente, lo tiraban de loco.

Al ver esa situación, mi abuela escondió el morral de monedas de oro, y al día siguiente le dijo a una amiga, doña Severiana, que vivía arriba de los lavaderos del pueblo, que la acompañara a cambiar las monedas. Se fueron a Pachuca y como mi abuela no sabía leer, doña Severiana, se metió al banco con el morral lleno de monedas de oro para cambiarlo, pero cuando la pasaron con el gerente del banco y abrió el morral, las monedad de oro ya eran de chocolate.
   
Se regresaron a mi pueblo tristes por tal hecho, tomaron pulque y un licor que en esos tiempos lo llamaban perico, que no es otra cosa que aguardiente con refresco de sabor, se despidieron, mi abuela salió primero y se fue a mi casa, al día siguiente nos enteramos, que doña Severiana había muerto, se rodó por el camino a su casa, y se ahogó. Realmente nunca supimos si el duende minero tuvo que ver en esto… tal vez quería que las monedas regresarán a quien le pertenecían.


Autor: MARCELO CRISTÓBAL PÉREZ PLATA


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